lunes, 2 de mayo de 2011

Mifi

Mi gato es un tirano, un déspota.

Lo encontré una noche de cielo lóbrego. Desvalido, famélico, magullado, herido, indefenso, sólo, perdido y probablemente, abandonado.
Con  aquellos zalameros ojos azules y su pelaje hecho jirones, comenzó a acurrucarse entre mis piernas, a enmarañarme en sus deseos, a embaucarme con sus ronroneos. Me dejé seducir y no por lástima, sino porque probablemente necesitaba sus caricias más que él.
Me lo llevé a casa.
Le atendí, cicatricé sus heridas, le di todo lo que pude o supe darle, hasta que su aspecto mejoró, hasta que se sintió fuerte.
Ahora las cosas han cambiado. Me ha enseñado sus garras, sus afilados dientes y ahora soy yo la que se siente magullada, indefensa y perdida
Mi gato es un tirano, un déspota, pero ya no me duelen sus heridas, lo que realmente me lastima es que cada vez se parece más a ti.

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