Como un bigote a lo antiguo, debajo de su nariz, pega un
trozo de fieltro negro que encuentra bajo la pata de una silla.
Acciona la palanca, abre el cerrojo e inserta el peine con
cinco balas. Seguro que sobran cuatro, pero toda precaución es poca.
Apoya el Mauser sobre su hombro, no le temblará el pulso
como hace 60 años.
Vuelve a errar. Los ojos de su rehén le devuelven aquella
temblequera, aquel impulso a salir corriendo y cae al suelo.
Los cuidadores del asilo corren en su ayuda.
Preso del pánico, aún mantiene el palo de la escoba en sus
manos.
Imagen: Werner
Bischof / Magnum Photos. Alemania 1945