jueves, 28 de mayo de 2015

Demasiado tarde, princesa

Helen Magnum nació mujer cañón, como todas sus antecesoras. Con un carácter de armas tomar, unas caderas de infarto y los ojos redondos y negros como dos cartuchos.
Aprendió rápido a leer para empaparse de los libros de caballería. Soñaba con ser militar y curtirse en mil batallas; escupir, maldecir y rascarse la entrepierna con fruición tras volarle la tapa de los sesos a cualquier malandrín, pero le obligaron a estudiar urbanidad, puericultura y corte y confección, aptitudes éstas que bien hubiera querido aprender William Wellington, quien nació verdugo por desgracia y por genética, al igual que todos los Wellington de los que se tiene constancia. Heredó éste además, el aspecto enclenque, casi enfermizo  y esa voz dulce y aflautada que todos habían tratado de enrudecer sin éxito al pedir el último deseo al reo.
 - Bésame, pidió Helen toda vez fue condenada por adulterio. William supo que el destino había vuelto a ser un maldito canalla, que esa boca disparaba sin mirar, sin pensar, que si él no fuera su verdugo nunca esos labios le hubieran disparado tal proyectil.

Abrió la trampilla y la soga se ciñó con fuerza

Este relato participa en la propuesta de "Esta Noche te cuento" con el tema sugerido "Cañones" Para verlo en la web, pulsad aqui

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