Helen Magnum nació mujer cañón, como todas sus antecesoras.
Con un carácter de armas tomar, unas caderas de infarto y los ojos redondos y
negros como dos cartuchos.
Aprendió rápido a leer
para empaparse de los libros de caballería. Soñaba con ser militar y curtirse
en mil batallas; escupir, maldecir y rascarse la entrepierna con fruición tras
volarle la tapa de los sesos a cualquier malandrín, pero le obligaron a
estudiar urbanidad, puericultura y corte y confección, aptitudes éstas que bien
hubiera querido aprender William Wellington, quien nació verdugo por desgracia
y por genética, al igual que todos los Wellington de los que se tiene
constancia. Heredó éste además, el aspecto enclenque, casi enfermizo y esa voz dulce y aflautada que todos habían
tratado de enrudecer sin éxito al pedir el último deseo al reo.
- Bésame, pidió Helen
toda vez fue condenada por adulterio. William supo que el destino había vuelto
a ser un maldito canalla, que esa boca disparaba sin mirar, sin pensar, que si
él no fuera su verdugo nunca esos labios le hubieran disparado tal proyectil.
Abrió la trampilla y la soga se ciñó con fuerza
Abrió la trampilla y la soga se ciñó con fuerza
Este relato participa en la propuesta de "Esta Noche te cuento" con el tema sugerido "Cañones" Para verlo en la web, pulsad aqui